por María Esperanza *
Estos días nos han traído la buena nueva de otra victoria de un partido de izquierda en Latinoamérica: el presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha sido reelecto con el 55% de los votos, y sacándole más de 20 puntos al segundo. Esto vino luego de la victoria de un partido de izquierda, basado en la ex-guerrilla del FNLFM, en El Salvador. (Pequeño país que fue desvastado por una guerra civil, por una violenta represión, que está entre los más pobres del continente, y cuya principal fuente de ingresos son las remesas de sus inmigrantes. El Salvador estuvo gobernado en los últimos años por un gobierno de ultraderecha, que firmó un TLC con EEUU y que, entre otras cosas, implementó la normativa más restrictiva del continente sobre la prohibición del aborto.)
O sea, contemos:
Venezuela, Chile, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Perú, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, Argentina, Panamá. Salvo Colombia y México, y tal vez un puñado de países centroamericanos sobre los que poco se sabe (Honduras, Guatemala), todo el contienente está gobernado por fuerzas de izquierda o centroizquierda. Todas ellas elegidas e incluso refrendadas democráticamente, en elecciones limpias y abiertas.
Pero no sólo eso: los gobiernos de estos países no sólo intentan encabezar procesos de distribución del ingreso y crecimiento con equidad en sus países, sino que la región, antes desgarrada por operaciones político-militares y por conflictos varios, ha demostrado que puede actuar de manera coordinada en ocasión de conflictos entre los países y en diversos foros internacionales.
Ya lo dije aquí, pero lo repito: la vanguardia de la experimentación y vitalidad democrática mundial está hoy en Latinoamérica; en este momento, deberían venir acá misiones de consultores del Banco Mundial a aprender cómo se construye democracia, aquí, y no al revés. En este sentido, me considero privilegiada de vivir aquí, en este momento y en este lugar, y considero que nos hacemos un flaco favor, como región y como país, al continuar anclados en nuestras narrativas decadentisas (Halperín Donghi dixit) que siguen machando con el “eterno fracaso latinoamericano” sin ver que es éste, al menos, un momento de éxito.
Mucho se ha hablado de la victoria del primer candidato negro en Estados Unidos, pero ¿en qué otra región del mundo pueden encontrarse gobernando un obrero industrial sin título universitario, un indígena que apenas terminó la primaria y una mujer médica ex prisionera política que ha sido torturada, simultáneamente? ¿En qué otra región existe hoy un antecedente de una resolución de un conflicto como el que enfrentó a Venezuela y Colombia tan rápida, tan abierta, y tan por fuera de la injerencia de otras potencisa centrales? ¿En qué otro continente existen hoy tan pocas hipótesis de conflicto étnicas, religiosas, y geopolíticas? ¿Qué otro país del mundo está llevando adelante una lucha contra la pobreza y la desigualdad del orden que está haciendo Brasil?
Pero no. La desperanza, la sensación de que acá estamos condenados al fracaso, de que todo lo que se hizo y se hace es malo, es la piedra de toque de una cosmovisión que justifica y sostiene una posición subalterna de Latinoamérica en el sistema-mundo.
Esto es falso. Evidentemente quedan muchos problemas en la región, sobre todo la inequidad y la pobreza. El impacto de la crisis internacional, aún cuando sea menor aquí que en otros lares, será imputado en la cueenta de estos gobiernos, que tendrán que responder. Además, las derechas han demostrado que tienen la vocación y los medios de llevar adelante acciones destituyentes sangrientas, si no eficacez, como la que se vio en Bolivia.
Pero aquí, en nuestra región, hemos aprendido cosas. El aprendizaje ha sido duro y costoso, seguro, pero tenemos algunas cosas para compartir.
Por ejemplo, en este mismo momento en que en los Estados Unidos el gobierno del presidente Obama se resiste a llevar a los culpables de institucionalizar la tortura con el argumento de que hay que “mirar para adelante”. Los ciudadanos de Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, podemos decirle que esta vía no lleva a ningún lado y que si las instituciones son fuertes se puede enjuiciar y encarcelar hasta a sus ex-presidentes y que eso fortalece la democracia.
Otro ejemplo, varios países de Europa del Este han tenido levantamientos populares para protestar contra los efectos de la crisis. Sus gobiernos han firmado programas con el FMI en donde se comprometen a fuertes ajustes y recortes de gastos del estado. Desde aquí podemos decirles que la solución ortodoxa a las crisis no sirve.
Y, finalmente, la lección más importante que podemos compartir: que a pesar de llevar ya treinta años escuchando que la izquierda es imposible y que no hay alternativa al capitalismo desregulado, sabemos hoy si un gobierno distribuye el ingreso, mejora la condición de vida de una mayoría de sus ciudadanos, y democratiza las instituciones, lo más probable es que ese gobierno gane en las próximas elecciones. Y que son mejores los gobiernos de un indígena, de un dirigente obrero o de un dirigente de un movimiento popular, que de los tecnócratas de elite que desprecian la política.
Este es el gran secreto que, desde hace 200 años, nos habíamos ocultado a nosotros mismos: hoy sabemos que la democracia puede funcionar, si se la deja. Y esta es la gran lección que Latinoamérica puede ofrecer al mundo. Pero claro, esta no puede ser enseñada, debe ser autoaprendida.
* María Esperanza Casullo es profesora universitaria de teoría política. Está terminando su tesis de doctorado sobre populismo y democracia deliberativa, según el principio de "no hay plazos sino objetivos."
http://artepolitica.com/articulos/los-senderos-de-la-izquierda-latinoamericana/#more-12820
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