lunes, 11 de mayo de 2009

Más de lo mismo

¿Son necesarias nuevas elecciones para redescubrir que la clase política argentina sigue estando igual de lejos de la institucionalidad, del compromiso con sus votantes y carentes de ideas como es ya costumbre? ¿Necesitamos asombrarnos cada dos años para volver a caer en el mismo error de darles nuestra confianza por cuatro más, para que luego, a mitad de camino, la quebranten?
Los programas legislativos están ausentes en la actual campaña. Poco y nada se habla sobre qué harán los candidatos elegidos una vez que ocupen sus bancas. Y es que, en realidad, muchos de los que hoy se postulan ni siquiera planean asumir en el Congreso a fin de año, y quienes asuman no estarán exentos de faltazos y hasta anuncios, de acá al 2011, de renuncias para dedicarse a una nueva campaña electoral.
Es, al fin de cuentas, lo que decidió hacer la vicejefa del gobiernoporteño, una mujer bien hablada, educada, que supo cautivar más que susuperior al electorado de la Reina del Plata y que ahora renunció a sucargo para lanzarse a la carrera política. Es lo que hace Scioli en laprovincia de Buenos Aires y los ministros en casi todos los distritosdel país.
Los piqueteros de D’Elía, los “trabajadores” de Moyano, los seguidores de los actores y actrices... todos piden pista para resolver los problemas de la Argentina.
Improvisados. De esos está llena nuestra dirigencia. De políticosviejos y nuevos. De gente que opina, que tiene ideas –algunas, incluso, buenas–, pero que carece de las cualidades para implementarlas, impulsarlas, negociarlas y defenderlas.
Para colmo, la alta política lanza amenazas apocalípticas en torno alos futuros resultados en una compulsa que, hasta hace no mucho tiempo, no tenía ni la más mínima relevancia para definir la suerte deuna política de gobierno en un sistema institucional-legal en el que el Presidente tiene el poder suficiente para hacer lo que le plazca.
Cercano está el paso de Kirchner por la presidencia, cuando alcanzaba con decretos de necesidad y urgencia para gobernar. Las propias elecciones, con su adelantamiento y los argumentos increíbles para hacerlo, se están convirtiendo en una enorme cortinade humo alimentada por una pandemia que no llega mientras la gripe común, la que nos agarra en cada uno de los inviernos, mata a 10 personas por día.
Cerramos los vuelos directos y nos olvidamos de que adentro un mosquito nos está despedazando a picotazos. Votaremos caras más o menos conocidas que no tienen ni la más mínima idea para que el país salga adelante. Somos consecuentes con nuestros actos. De eso, no hay dudas.
¿Acaso puede una nación construirse sin la existencia de consensos mínimos sobre hacia dónde tiene que empujar su educación, su aparato productivo, sus recursos –siempre escasos– en materia de seguridad, justicia o salud? De nada de eso hablan los candidatos. Sólo intentan, al estilo de Aníbal Ibarra, demostrar que la gente los adora, que los idolatra. Y es todo un bleuf.
Es triste escribir de política en un país en el que sus referentes muestran tantas grietas, tantos intereses personales y, a la vez, espurios.
¿Qué se vayan todos? Igual vuelven. Y vuelven porque entre todos, al final del día, decidimos elegirlos y perdonarlos. Con lo cual, lamentable es reconocerlo, tenemos a los representantes que nos calzan. Más o mejor sería un regalo que tal vez no merecemos.

Ariel Neuman
Agencia MP

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